En el principio de esta creación, el hombre fue influenciado por la serpiente. Ella introdujo su naturaleza y esencia dentro de la voluntad del hombre. Por ende, el hombre ahora se enfrenta a una naturaleza corrupta, inútil y desgastante desde su nacimiento hasta el último día de su vida.
Luego, conocemos la historia de cómo es que Dios envió a su Hijo Unigénito. La obra que había hecho la serpiente dentro del hombre no era cualquier cosa; sino que era necesario que una esencia con un poder y naturaleza más alto pudiera deshacerla. ¡Y fue así que hace poco más de 2,000 años vino el Hijo de Dios con Su poder, naturaleza y sangre para destruir la obra del Diablo, arrebatando así las llaves del infierno para poder redimir así al hombre!
Cuando Jesucristo, el Hijo de Dios, venció al Diablo, fue tan grande Su Victoria que ahora Él puede incrustarse en la voluntad del Hombre y así poder transformar su naturaleza maligna a la de Dios. Solo es necesario reconocer que somos parte de esa naturaleza maligna que nos hace tener malas actitudes, carácter, comportamiento, etc.
Aún cuando hay muchos que hemos aceptado el Plan de Dios al haber aceptado a Su Hijo Jesucristo para redimirnos de esa naturaleza maligna a la de Dios, muchos de nosotros seguimos fallando, y lo hacemos en gran manera, a veces como si realmente nunca hubiéramos tomado la elección de haber escogido querer ser transformados y redimidos de nuestros pecados. La pregunta para muchos cristianos es: "¿Por qué sigo actuando así de mal, cuando realmente me gustaría estar actuando como un hijo de Dios?" Ciertamente, algunos al entender su miserable y horrorosa condición lo primero que quieren hacer es tirar la toalla, dejando el cristianismo a un lado y decidiendo dejar el camino de Dios. Es válido tener ese tipo de pensamientos; pero no ponerlos en acción. Es necesario entender realmente de qué se trata todo esto.
Para empezar, uno debe entender que aún cuando hemos recibido al Hijo de Dios y habita en nuestros corazones, seguimos siendo pecadores.
"Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1 de Juan 1:10).
Aún cuando tenemos al Hijo de Dios, seguimos siendo pecadores. La Palabra de Dios explícitamente nos indica cuál es nuestro mal y condición como pecadores en muchas áreas de nuestro ser. Por ejemplo, solo de nuestro corazón estamos contaminados por los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, las desvergüenzas, el ojo maligno, las injurias, la soberbia, la insensatez (Marcos 7:21-22). De nuestra voluntad, estamos contaminados de adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos (Gálatas 5:20-21). Y aún falta mencionar todos los pecados de nuestro espíritu, nuestra mente y nuestro cuerpo. Verdaderamente, el ser del hombre está por donde le busquemos, totalmente depravado. Querer deshacerse de todo eso en un solo instante al recibir la salvación es simplemente tonto siquiera imaginarlo. Hermanos míos, Dios no utiliza varitas mágicas, Dios se maneja por PROCESOS.
¿Cómo funciona este proceso llamado salvación? Para empezar, uno debe entender y reconocer, sin asustarnos, nuestra depravada condición, que somos pecadores. Así es hermano, respire profundo, tome aliento y diga "Soy un Pecador". Eso, como toda la demás Verdad de La Palabra, le hará libre. El mismo Pablo, al estar ya bastante tiempo como Apóstol, reconocía, entendía y declaraba su condición. "¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?" (Romanos 7:24).
Cuando reconocemos a Jesucristo como nuestro Salvador y pedimos perdón por ser pecadores, lo que realmente hacemos es hacerle un "HUEQUITO" a Jesús para que entre a nuestro corazón. Digamos que matamos una pequeña parte de nuestro corazón y permitimos que Jesús tome ese lugar como si fuera una pequeña semilla. La cosa aquí es que Jesús está dentro de nuestro ser como una pequeña semilla cuando toda la demás parte de nuestro ser está totalmente torcida. ¡Vaya que Jesús tiene una muy grande y buena obra que hacer en nosotros!
Después de que Jesús ya se ha incrustado en nuestro corazón, lo que Él espera es crecer cada día más en nosotros. Por lo tanto, nosotros debemos hacer ese "HUEQUITO" un poco más grande y así darle cada vez más espacio a Jesús para que crezca en nuestro ser. Esto es algo que se sabe desde el principio. Juan el Bautista sabía de este principio. "Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya" (Juan 3:30).
Para lograr esto, es todo un trabajo. Nuestro pecado se mueve en tres niveles diferentes. Hay pecados que ni siquiera nosotros sabemos que son parte de nosotros y, por ende, no pueden ser removidos, ya que para removerlos, necesitan ser confesados.
Cuando nos arrepentimos por primera vez, lo hicimos conscientes de que algunas áreas de nuestras vidas no estaban bien y que realmente necesitábamos ayuda. Fue ahí donde le dimos permiso a Jesucristo de ser nuestro Salvador. Ese tipo de pecados están en un nivel llamado CONSCIENTE. Hermano, por favor, diga conmigo, "Los pecados de los que me doy cuenta que están mal se llaman conscientes". Por ejemplo, hablemos del ENOJO (hasta hoy no conozco a alguien que me diga que nunca se ha enojado, entonces creo es un buen ejemplo).
Para empezar, el enojo ya está allí desde que nacemos. Forma parte de nuestra naturaleza. Lo que Dios quiere hacer con él es removerlo, y para removerlo, hay que confesarlo a los pies de Cristo para que nos dote de su sangre y así ser limpiados de esa maldad llamada enojo. "Porque si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9). Si este paso lo pasamos por alto y solo decimos "¡Bah! Luego se me pasa, así soy yo", entonces querido hermano, ese enojo que estaba del lado CONSCIENTE, pasa al lado SUB-CONSCIENTE. Por ejemplo, digamos que en una ocasión, en tu juventud, hiciste algo mal o no tan perfecto como a tu padre le gustaría. Entonces te llama "MENSO". Eso hace que el ENOJO que está en tu interior brote. Te enciende porque sabes que hiciste tu mejor esfuerzo, buscaste los métodos para hacerlo de la mejor manera, pero a pesar de eso, ¡te dicen MENSO! Ahora, como honras a Dios y a tu padre, decides callártelo y decir "Gloria a Dios, todo obra para bien". De cierto modo está bien, pero no completo, porque ¿en qué momento fuiste a la cruz y le dijiste a Dios: "Perdóname por ser un enojón"? Al NO hacer eso, UNO NO PUEDE entregarle la porción de enojo que uno puede aprovechar para confesarlo a Dios y ser limpiado. En lugar de ello, pasa a nuestro SUB-CONSCIENTE, donde nuestro pecado desciende a otra profundidad y en donde desde ese momento ya no permitimos a nadie que nos diga MENSO, porque eso provoca que inmediatamente nuestro enojo se encienda. Ni siquiera de broma alguien puede utilizar esa palabra. Si alguien se atreve a decírnoslo, podríamos dejar de hablarle a esa persona y enojarnos sin que ella entienda por qué nos ofende tanto una sola palabra que, además, nos la dijo de broma. Familias, amistades y aún parejas han sido destruidos por este nivel de pecado. Por tanto, de alguna manera, debemos entender que no se trata de "la ofensa" de la persona, sino de un profundo enojo que jamás ha sido confesado. Si este pecado no fue a la cruz, entonces baja a otra profundidad más honda y más obscura. De nuestro SUB-CONSCIENTE va a nuestro IN-CONSCIENTE. Aquí ni siquiera sabemos que estamos enojados. Nuestra personalidad ya ha sido trastornada, ya no somos las mismas personas alegres que éramos antes. De hecho, estamos más amargados y la gente cree que ya no somos como éramos antes. Al parecer, aquí de alguna manera ya nos creímos que somos unos mensos y tratamos de tapar nuestro pecado haciéndolo diferente. Es aquí cuando, en lugar de ser los mensos de todos, mejor buscamos hacernos mensos ante todos los demás. A todos les decimos mensos de broma, o si alguien se equivoca, es la persona más mensa del planeta. Nuestra maldad aumenta y nuestra realidad nos ahoga al creer que somos mensos porque un día nuestro padre nos llamó así. ¿Triste no? ¡Pero cierto! Y todo por no haber hecho lo más sencillo: "Ir a La Cruz y Confesar Nuestra Maldad".
Hermanos, debemos ser sabios y aprovechar La Cruz y La Obra de Dios en nuestra vida. Reconozcamos nuestros pecados todos los días cuando vayamos a la Cruz y busquemos que Cristo crezca en nosotros siempre. Muramos cada día y hagamos un HUECO más grande a Jesús para que actuemos cada día más como Él y llenemos todo nuestro ser.
No desfallezcamos en el proceso de Dios. El ejemplo del enojo es solo uno, pero Dios está tratando con todo nuestro ser cada día. Son las circunstancias, lugares y personas las que Dios pone para siempre llevar nuestro inconsciente al consciente y podamos arrepentirnos. Si hoy fue un día malo en donde tus emociones se desbordaron y pecaste enfrente de todos los que saben que eres cristiano, ¡no te desanimes! Ve a la Cruz y arrepiéntete. Seguro el día de mañana serás una persona mejor y así hasta que Dios termine Su obra en ti. "Estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús. Porque para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" (Filipenses 1:6, 1 Juan 3:8).